¿Por qué peregrinar?

Por William Cardona

En Occidente la palabra latina «peregrinatio» evoca la marcha o el camino. En el Islam su significado es de «ir a». Y en la India, el curso del río que hay que flanquear. La definición del peregrino como viajero en ruta hacia otro lugar, “peregrinación”.

El término “peregrinus “ incluye la disposición interna a mantener una determinada actitud en el desplazamiento. Caminar con las pausas indispensables. Esta es la gran paradoja cristiana: vivir en vilo, pero con más amor que nadie al camino que recorremos.

Por eso el peregrino se siente a sí mismo como un extraño, ajeno al mundo en el que se encuentra, desarraigado y desamparado como un advenedizo, incluso incomprendido como un extranjero que es. Sin embargo, no se confunde con un extranjero más. Él busca un destino, no es un viajero errante. Con todo, hoy es difícil establecer un límite entre peregrino y viajero.

Acaso la señal más definitiva de un peregrino es la condición religiosa, que le confiere el conocimiento del destino buscado. Nadie es peregrino sin término, y nadie peregrina sin saber lo que busca. Quizá la nota más característica le viene dada por la lejanía del destino. Así se diferencia la peregrinación de la romería, que es la celebración en un lugar santo, próximo a la propia residencia. Sin marcha lejana no hay peregrinación.

La peregrinación forma parte del paisaje de todas las religiones. Pero no en todas se entiende de la misma manera. En la mayoría de ellas, lo que busca el peregrino es el milagro, la maravilla y es suficiente el desplazamiento para que esto ocurra.

Para un musulmán que peregrina a La Meca ver la piedra de la Kaaba es el todo. Con ello su vida cambia. Este peregrino se distingue perfectamente de los que no han peregrinado a La Meca. Su mismo aspecto exterior le delata: formas de vestir tradicionales, barba larga y descuidada.

En el cristianismo la peregrinación está ligada con el encuentro con Dios. Y como fruto de la peregrinación, lo que se espera es la conversión y como signo de ese encuentro aparece el perdón de los pecados.

El peregrino busca un destino, no es un viajero errante, hoy en día es difícil establecer la diferencia entre peregrino y viajero. Quizá la condición más destacada del peregrino es la condición religiosa, el conocimiento y esperanza en el destino buscado.

Nadie peregrina sin saber lo que busca y sin tener un fin del viaje. No hay que dejar de lado la importancia del espacio y del tiempo, de esto viene que la Iglesia asigne “Años Santos”, «Años Marianos y “Años Jubilares”, tiempos especiales de gracia en espacios muy concretos y también muy especiales.

La Peregrinación se inició con los Patriarcas, el primero Abraham, se puso en camino después de escuchar “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré”. Abandonó la seguridad de la diosa Sin, su casa, su familia. Creyó en las palabras y continuó.

Los israelitas hablarían del Dios de nuestros padres, del Dios de la Estepa, ya que Abraham caminó por las estepas de Edom y Moab. Cuarenta años por desiertos y estepas caminarán los israelitas salidos de Egipto con Moisés a la cabeza, hacia la Tierra Prometida. Y en Sinaí tendrá lugar el encuentro de Yahveh con su Pueblo, harán la Alianza, rota y restablecida constantemente.

Elias también peregrino, regresó al Horeb, huyó de la Reina Jezabel. Jesús peregrinó a Jerusalén. La Iglesia como pueblo peregrino que camina, la tierra como lugar de paso y peregrinación. San Pablo nos decía: “Somos ciudadanos del cielo”.
Los peregrinos deben estar dispuestos a iniciar su peregrinación, recorrer los caminos tanto interiores como exteriores. El exterior en compañía, compartiendo y disfrutando.

El camino interior intransferible e íntimo, reforzando y buscando su propia fe y situación espiritual Creciendo en su fe. El hecho de iniciar el viaje no significa que lleguemos a la meta, debemos esforzarnos en ir haciendo cada día mejor el camino, aprendiendo y esforzándonos.

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